Día de inauguración de la feria de la agricultura. El asesino del Presidente espera. Está solo. Escondido en los pliegues de su chaqueta, lleva un revolver. Son las tres de la tarde. Tiene una hora por delante. Empieza la silenciosa cuenta atrás. Este hombre no tiene nombre. Para él, el bien consiste en eliminar lo que él considera el mal absoluto, es decir el Presidente, que ha asentado su poder sobre la demagógica seducción de las masas y de algunos intelectuales enajenados. Este héroe moderno pertenece a la pisoteada clase media. No posee ni columna de periódico, ni plató de televisión, ni programa de radio donde expresarse. Desde la elección del Presidente, el dinero es el titular estrella de todos los medios de comunicación y brilla con arrogancia. Al igual que los demás, este hombre está condenado a escuchar. Y también de eso está harto. Este texto corto, veloz, contundente, cuenta el modo en que un hombre humillado vuelve a apropiarse de su vida en un acto sin retorno. Este hombre recuerda mucho a El extranjero de Camus. O a los fascinantes personajes de las novelas de Dostoïevski