La Cata
Michel Picard
Thomas era una persona cualquiera. Con su vida tranquila, su bella novia, sus alumnos, sus amigos. Y de repente, ¡plas! ¡el acabose! ¡Y no veas cómo! Un achaque violento, un achaque de viejo mejor dicho. Una insoportable angustia se cristaliza en sus cristalinos defectuosos. No soporta la idea de tener las pupilas fracturadas. La necesidad de una operación quirúrgica va a jugar un papel revelador, le va a abrir los ojos : de cataratas se operan las personas mayores. Pero Thomas, al que le quedan aún varios años para jubilarse, “aparenta ser mucho más joven”. De hecho, que él recuerde, ¡siempre ha sido joven! Envejecer, pensaba entonces, es en definitiva quedarse como antes, quitando alguna pequeña modificación superficial sin importancia: distinguidas sienes grises, arrugas de expresión… el camino que se alarga hacia atrás, nada más; por delante sigue el horizonte. Cierto es que Thomas estaba entre dos edades, pero no sabía muy bien cuáles. Tenía la que suele tenerse en sueños.
Lo cómico del envejecimiento, es que uno sigue siendo joven. Esta frase sintetiza la óptica de esta novela. Thomas aterrado, traumatizado, protagoniza divertidas escenas. Nos hace sonreir a menudo, y pensar que, de un modo u otro, todos vamos a pasar por eso, pero también que, en el fondo, no es tan grave como creemos.
Tras Matantemma, he aquí una novela ligera sobre la principal obsesión de Michel Picard: el (fluir del) tiempo. O la historia de Thomas que creía ser joven y que de golpe envejeció…