La pregunta que plantea Michel Ribon a través de este libro – pregunta a la que contesta de manera a la vez filosófica, poética y estética – es la siguiente : ¿ Cómo explicar que la música, que no nos enseña nada ni nos dice nada preciso, se escuche tan bien, hasta tal punto que se apodera de nosotros enteramente ? El irritante secreto de la música se esconde en otra parte y parece provocarnos deliciosamente.
Según Michel Ribon, para escuchar bien la música hay que abstenerse de hacer una interpretación técnica del conocedor que conoce perfectamente la obra y ya no oye nada más que la técnica y hay que abstenerse también de hacer una interpretación del profano que espera que la obra arrulle la rutina cotidiana con su murmullo.
Escuchar la música, es hacerse sensible, en el goce, a la obra en su totalidad, a la pluralidad de sus sentidos, es decir : a su potencia de abismo, a su perfume de catástrofe, a su fondo de rumor, al alcance de sus silencios, al encanto de sus melodías reveladoras de nuestra interioridad, a su doble dimensión de sacralidad y de trascendencia, a su ritmo afirmador de Vida.
A través de la pintura y de la literatura, en una constante alternancia de comparaciones sorprendentes, con una sutil sencillez de discurso y una riqueza de pensamiento jamás hermético ni pomposo, Michel Ribon nos lleva a un gran paseo por el lenguaje de la música y de las artes.
Para él, así son la riqueza y el contenido de la verdad de la obra musical que, porque encanta la sensibilidad, estimula la imaginación y solicita la reflexión, echa en un tiempo construido otra vez parcelas de eternidad. Al mimar el lenguaje de la revelación, la música, en su generosidad, parece acercarnos al ser. Nos invita a dar una nueva forma a nuestro ser. Sin la música, escribía Nietzsche, la vida sería un error.