Bisfenol A, ftalatos, pesticidas, distilbene… las moléculas químicas han invadido nuestra vida cotidiana en algunas décadas. Son invisibles pero se encuentran en nuestro entorno, en el aire que respiramos, en los alimentos que comemos, en el agua que bebemos… Están en la alimentación, los cosméticos, los biberones, los productos de limpieza, los pesticidas…Los estudios científicos demuestran cada vez más claramente que esas moléculas son la causa de muchos males que la medicina no logra vencer: cánceres, diabetes, disminución de la fertilidad, trastornos de la pubertad, etc. ¿Cómo funcionan estas sustancias y en qué medida alteran nuestros sistemas hormonales? ¿En qué momentos estamos expuestos a ellas y podemos evitar sus efectos? ¿Qué es lo que dificulta su evaluación y por qué las normativas nos sigue protegiendo tan mal? ¿Durante cuántas generaciones nuestros hijos padecerán sus efectos? Los retos, colosales, son sanitarios desde luego, pero también financieros y económicos. Así pues, los perturbadores endocrinos plantean un problema sobre todo político. Pero como son la causa de muchas enfermedades que nos afectan hoy en día, el intentar prescindir de ellos y eliminarlos supone también un principio de solución...

Las niñas ya tienen pecho cuando tienen edad de jugar con muñecas, los chicos tienen sexos diminutos, el cuerpo de los adolescentes desaparece bajo la grasa, las parejas se rompen al intentar tener un hijo, y el número de enfermos de cáncer aumenta cada año en 300.000 personas. Lo que está en juego es una revolución de la especie. Y se está produciendo ante la mayor ignorancia e indiferencia.