Un asile de flou nommé Belgique
Philippe Dutilleul
Para Philippe Dutilleul hay tantas razones para amar a Bélgica como para odiarla. Le aflije el desmoronamiento del país. Nos ofrece un retrato ácido de ese país donde nada va como debería, donde la gente se ha acostumbrado a vivir con pequeños arreglos. Un país minado no sólo por las tensiones nacionales y las querellas comunitarias, sino también por un pasado cargado de mercantilismo, de fraudes, de escándalos nunca del todo elucidados, como el caso Dutroux o el de los asesinos de Brabant-Wallon…
El realizador de la escandalosa película “ Tout ça ne nous rendra pas la Belgique ” estigmatiza a una opinión publica amorfa, manipulada por la ambición política de unos cuantos, y anonadada por la mediocridad de otros tantos. Tan culpables son las avestruces valonas como los incendiarios flamencos. Dutilleul se rebela contra un país que está entrando poco a poco en una lógica de apartheid. Echa pestes contra un rey de tres al cuarto que no tiene la envergadura de su padre ni la de un Juan Carlos de España.
Afirma, sin embargo, que el Reino de Bélgica podría ser estupendo. El país de Rubens, Ensor y Magritte, de Brel y de Hugo Claus, de los hermanos Dardennes y Jacko van Dormel, de Frankin y Geluck no carece de talentos ni de humor. Bélgica, escribe Dutilleul, es también amabilidad, sencillez, saber vivir, con un sentido del humor burlesco que se mofa del complejo de superioridad del vecino francés…