Une romance marseillaise
Eugène Saccomano
Estamos en 1938 en la meseta del Contadour, la región de Jean Giono, cerca de Manosque. Se rueda un cortometraje, Soledad, dirigido por Jean Giono. Aurélien, un joven marsellés, es uno de los actores. Clovis, hijo de un granjero, acaba de colgarse. Cunde el pánico. Pero Aurélien guarda la calma. Le tira de la lengua al ahorcado tal y como se lo han enseñado en la escuela de tarde. El suicidado vuelve en sí. Está salvado. Ahora ya conocemos al héroe de Saccomano, valiente y espabilado. Pero el rodaje debe proseguir. Lo que no impide que los miembros del equipo, unos idealistas, se pongan a discutir entre ellos: ¿qué les depara este porvenir tan cargado de amenazas? De pronto, se presenta una chica morena. Se llama Pauline. Aurélien queda prendado de su belleza. El flechazo salta a la vista. Pauline, medio adoptada por los padres de Clovis, se muestra primero distante y misteriosa. Nos trasladamos ahora a Marsella, que contrasta con los espacios libres y puros de la meseta. Una ciudad rebosante de vicios, donde las putas y los gángsters llevan la voz cantante. En la cima de la corrupción reinan los cabecillas como Bardone, el protector de los burdeles, que también anda metido en asuntos de droga. Aurélien le echa valor y va a verle para pedirle ayuda: los republicanos españoles necesitan armas. Bardone, a cambio de dinero, puede ayudarles... La época, los lugares, los personajes, todo ello le permite a Saccomano recrear la historia subterránea de su ciudad natal. La hace revivir de manera elocuente, con todo el amor y la emoción necesarios. Y todo avanza muy rápido, como una tracción veloz que irrumpe en la noche.