Un grupo de jóvenes viaja a una región poco explorada de Europa. El autor del texto se rememora un viaje anterior, enlazando sutilmente ambas aventuras. Evoca la cultura y la historia, se deleita con la belleza de un monumento, con la quietud de un paisaje o la dulzura de una mirada. Se deja llevar por los encuentros y vagabundea de un lugar a otro, pero sobre todo nos brinda sus maravillosos dibujos. Suele encaramarse en un muro – nos dice – para bosquejar un lugar; otras veces se adentra en un sitio muy ajetreado para captar un ángulo interesante, aún a riesgo a perturbar la circulación natural de la gente.
Sensible a las relaciones verdaderas, sabe aprovechar los momentos fugitivos, manifiesta una curiosidad sana y sabe hacer preguntas. Y ello queda reflejado en su libreta de viaje, que da testimonio de una búsqueda verdadera y una auténtica sed de conocimiento.
Su amigo fotógrafo, criado en la Checoslovaquia socialista, aporta su visión, desde otro punto de vista.
Los croquis hechos sobre el terreno o retocados después, así como las fotos, confieren a esta obra una gran originalidad, sin ninguna pretensión académica, y nos permiten comprender por fin un poco esa realidad báltica tan desconocida.