A finales de los años 1960, Laurence Picq, joven maestra, se casa en París con Suong Sikoeun, estudiante camboyano. Con él emprende una aventura que la llevará al seno de otra civilización, de otra cultura, en busca de un mundo nuevo que inventar.
Tras cinco años en Pekín y el nacimiento de sus dos hijas, recibe el permiso para reunirse con su marido en Nom Pen, Camboya (adonde él se marchó para participar en la revolución), en octubre de 1975, seis meses después de la evacuación de la ciudad.
Con coraje, afronta desde el principio las privaciones, las incomodidades, la desconfianza y la hostilidad de los camaradas y dirigentes del partido. Pero poco a poco, la vida se vuelve insoportable y se convierte en algo terrorífico. Aparecen el miedo y la desesperación. Es entonces cuando Laurence Picq inicia un verdadero combate por la supervivencia de sus hijas, de cinco y siete años. Primero en el seno mismo del universo kafkiano de los dirigentes jémeres y luego, tras la invasión del ejercito vietnamita, durante un éxodo alucinante por una Camboya devastada.
Consigue volver a Francia en 1980.

El testimonio de Laurence Picq saca a la luz los elementos clave del periodo de los Jémeres rojos: el secreto absoluto y las separaciones, lo que explica que fuera casi imposible para la gente tener una imagen muy clara de la tragedia que se desarrollaba en el país. La desconfianza, la incitación a la delación, creaban una atmósfera de miedo permanente que hacía que la gente se encerrara en sí misma para no dejar traslucir ni sus emociones ni sus pensamientos.